Steve McCurry |
DIAGNÓSTICO
Este laburo puede meterte en historias que generan sensaciones contradictorias difíciles de explicar y de entender.
Este laburo puede meterte en historias que generan sensaciones contradictorias difíciles de explicar y de entender.
Llegar a un diagnóstico complicado trae a
veces una carga que puede ser
angustiosa, sobre todo si el pronóstico del paciente no es alentador. A su vez, uno se siente orgulloso de haber
llegado a ese diagnóstico y esto te da una cuota de satisfacción. Son
sensaciones opuestas.
Objetivamente
el diagnóstico es el primer paso para acercarse a la solución de un problema,
lo que no quita que si un paciente llega a la consulta con un dolor de cabeza y
se va a ir con un tumor de cerebro, el momento de comunicar las malas noticias
es duro y duele.
¿Qué es lo que pasa por la cabeza del médico si el asunto termina siendo
al revés y hay un error con final feliz?
Un
adolescente, llamémoslo José, se internó por dolor en el muslo que no lo
dejaba caminar. Había perdido peso, comía poco, y en la radiografía aparecía
una imagen llamativa en el fémur.
Al conocerlo y
ver su historia clínica, me dio la impresión de que podía tratarse de un tumor
en el hueso.
Para llegar
rápido al diagnóstico, consulté esa tarde con la
traumatóloga infantil que programó la cirugía para poder biopsiar el hueso ese mismo día.
Me contó al salir de quirófano que no le había gustado el aspecto del tejido
que vio.
Apuré el envío de la muestra y hablé con el patólogo que la iba a
estudiar para interesarlo en el caso y que le diera prioridad. Trabajaba en una
clínica que no era de gran complejidad y si se confirmaba que José iba a
necesitar tratamiento oncológico tendría que derivarlo.
A la mañana
siguiente llamaron por teléfono para avisarme que estaba el resultado y que
José tenía un tumor maligno en el hueso. Me enviaron al rato el informe
escrito.
José estaba al
cuidado de su mamá y de una tía. No tenía padre, al menos presente.
Tuve que comunicarles a las dos mujeres el
diagnóstico, mostrándoles el informe y explicándoles las posibilidades de
tratamiento.
En el mejor de
los casos había probabilidades de curación, pero con tratamientos dolorosos y
largos que incluían la cirugía. Fue un momento duro y triste, y reaccionaron
con el dolor del caso y de la mejor manera posible. Tampoco fue fácil charlar y
explicarle el tema a José.
Que se tenga
preparación y alguna experiencia en
estas cosas no implica que no sea un esfuerzo muy grande, de los que te hacen
replantear algunas cuestiones
vocacionales.
Al día siguiente José fue trasladado y
tanto él como su mamá estaban tristes pero dispuestos a bancarse lo que les
vendría . Además parecían agradecidos.
Semanas más tarde, recibí una llamada en la
clínica. Era la tía de José. Como lloraba, pensé que algo no andaba bien.
-Disculpe Dr. que lo llame así, pero como
se que usted se había quedado tan preocupado por él, quise que sea de los
primeros en enterarse, y nosotras habíamos rezado tanto…
Resumiendo,
José había recibido sin demasiadas complicaciones la primera sesión de
quimioterapia. Luego se había planteado el tratamiento quirúrgico. La oncóloga
que lo atendía, una de las de mejor reputación en el país, tuvo una duda con
respecto al resultado de la biopsia porque el tipo de tumor que estaba informado
no se correspondía exactamente con la imagen en los estudios radiológicos y
además no había tenido la respuesta esperada con la quimioterapia. En fin,
recuperó las muestras del hueso, hizo repetir la biopsia con un patólogo de su
confianza que informó que no se trataba
de un tumor maligno sino de una forma rara de infección.
José nunca tuvo un cáncer de hueso. No hizo falta hacerle una cirugía mutilante, ni
se iba a morir de eso. La tía lloraba de alegría, yo lagrimeaba al teléfono
ante la mirada incrédula de las enfermeras.
Cortamos la comunicación y yo no sabía si
tenía más ganas de salir a abrazar y besar tías o de correr a matar un anatomopatólogo.
Nada tapaba la alegría por José ni mi
sentimiento de culpa por haberles leído una sentencia errónea. Más que un par
de sensaciones contradictorias,
cuando recuerdo ese momento todavía
siento en el pecho
(literalmente) una enorme “emoción
paradójica” , con dolor, vergüenza y euforia .
Troche |